Magda 40 años, casada.

    Desde que tengo uso de razón, he oído decir que el sufrimiento y el dolor son parte de la vida, incluso que es la sal para poder vivir, que sin dolor y sufrimiento no seríamos capaces de aprender las cosas buenas de la vida. Que para merecer ser felices, tenemos que sufrir primero.

    Mucho tiempo estuve convencida de que la vida se encargaría muy bien de cobrarme la poca felicidad que tenía.

    A pesar del dolor y el sufrimiento, no lograba sentirme feliz, sino todo lo contrario. Todo el sufrimiento sólo causaba en mí resentimiento con la vida.

    Viví más de treinta años con miedo, soledad, angustia, tristeza y todos los sentimientos negativos que se puedan imaginar.

Fue espantoso. Y cuando intentaba buscar consejo y consuelo en familiares y amigos, ellos solían decir: “No te preocupes el dolor y el sufrimiento son parte de la vida ¡Ya pasará!”

    Otros me decían: “Debes estar loca. Lo que pasa es que no estás haciendo lo suficiente para que la vida te recompense.”

Estos comentarios me hacían sentir culpable y angustiada de no estar a la altura de los demás. Como consecuencia caí en una depresión severa por segunda vez.

    Yo puedo decir lo aterrador que es vivir en la angustia, la tristeza, la soledad y la depresión acompañada de neurosis.

Fueron meses en que la tristeza y la soledad no me permitían ni siquiera dormir tranquila. Empecé a enfermar físicamente. Se me fue el hambre y sobre todo las ganas de vivir.

    Esta crisis emocional me llevó a cometer la mayor estupidez, atentar contra mi salud y mi vida.

    Sólo estando frente a la muerte, me di cuenta que la vida estaba poniéndome ante un desafío mayor que los anteriores, para probar mi valor y mi deseo de un cambio en mi vida.

    Esta vez no había oportunidad para el “ya pasará”.

    Esta vez no podía fingir que no pasaba nada, que así era la vida.

    Esta vez me di cuenta que la vida no espera ni mira atrás.

    Debía hacer algo que nadie más podría hacer por mí: dejarme morir o encontrar una solución.

    Amaba a mis hijos, amaba la vida, no quería morir. Entonces me decidí a buscar una solución.

    Después de pensar un poco me di cuenta que así como uno enferma del cuerpo, también puede enfermar de la mente. ¡Y qué tal, cómo acudimos al doctor por un dolor físico! También es válido y necesario hacerlo por un dolor emocional. Tuve que reconocer que no podría sola, que necesitaba ayuda, y comprobé también que mis familiares y amigos no podrían dármela, pues un ciego no puede guiar a otro ciego, ambos caen en el hoyo.

    Temblando de miedo y con la incertidumbre de no saber qué pasaría, decidí buscar ayuda psiquiátrica. Tomé el directorio y llorando concerté una cita con la doctora Hinojosa, pues la verdad creía que estaba a punto de enloquecer.

    En mi primera consulta me escuchó atentamente y al contrario de lo que había aprendido antes, me dijo: “Sufrir no tiene por qué ser parte de la vida. Hay una solución”. Eso llenó mi corazón de esperanza, pues abría la puerta a la posibilidad de dejar todos esos sentimientos negativos que me destrozaban.

    Durante siete meses he asistido a mis terapias y he constatado que es verdad y posible vivir sin sufrimiento y dolor innecesario.

Afortunadamente, la doctora Laura Hinojosa me ha ayudado a pensar y ver el mundo de manera diferente. Me ha enseñado a valorar la vida, así como a amarme a mí misma.

    Muchos acontecimientos que tiempo atrás los hubiera visto como tragedias, hoy los puedo ver, gracias a su apoyo, como lecciones positivas.

    Yo misma estoy sorprendida de ver cómo, de manera increíble, en estos meses he llegado a ser totalmente otra persona.

    He pasado de ser triste, sola, amargada, depresiva e histérica a alegre, optimista y con mucho amor a mí misma.

    Hoy sé que merezco y tengo derecho a ser feliz.

    Puedo sonreírle a la vida y a los que me rodean, porque tengo ganas de vivir.

    Aún me falta mucho por aprender, como por ejemplo, que en mi condición de humana tendré que lidiar con sentimientos negativos, pero ahora estoy aprendiendo a manejarlos para no salir lastimada y para evitar sufrir inútilmente.

    Confío en Dios, en mí y en la doctora Laura para conseguirlo.

    ¡Y no creo, estoy segura que lo voy a lograr! No sé cuánto tiempo más necesite la psicoterapia para sanar mi mente, pero seguiré hasta donde sea necesario, porque entiendo que sólo de esta manera lograré sanar mis heridas y ver el mundo desde otra perspectiva. ¡Quiero sonreír siempre! ¡Quiero ser feliz!

    Quiero agradecerle infinitamente la invaluable ayuda que me ha dado para mirar de frente sin sentir miedo o angustia.

Gracias por enseñarme a tomar riesgos sin sentimentalismos vanos que sólo causan dolor.

    Por sus excelentes consejos que han enriquecido mi vida.

Con todo el corazón y muy sinceramente, muchas gracias, doctora Laura.