Emilio . 46 años, casado.

 Mis complejos, inseguridades, miedos y dependencias me llevaron al psiquiatra.

Soy un hombre con un largo camino andado, en lo personal y lo profesional, pero adolezco de muchos complejos, debilidades, miedos e inseguridades que me han acompañado durante mi vida.

    Cuando uno de esos sentimientos se apodera de mí cuerpo y mi mente, es realmente espantoso; me transformo, me comporto como un tonto, las ideas se desordenan y me siento perdido.

    En los momentos de desesperación, me siento como un barco en pleno naufragio, me es difícil encontrar el camino a seguir. Me atormenta la presión que ejerce sobre mí esos miedos; entonces, deseo correr, escapar y esconderme para que nadie me vea y busco refugiarme en mi mismo.

    Cuando me asechan una mezcla de sentimientos vinculados con la vergüenza y la culpa, tengo la sensación de haber hecho algo malo o prohibido. No encuentro la puerta que me salve de esa situación, ni de las personas que me provocan ese extraño sentimiento; busco y no encuentro la salida que me lleve a otra parte, muy lejos de todo.

Entonces el pánico se agolpa en mi corazón, en mi mente y en todo mi cuerpo. La respiración se detiene, empiezo a transpirar, las palmas de mis manos se humedecen, me sonrojo, mis las mejillas y mis orejas me arden, mi mirada se torna temerosa, mi corazón sigue agitado y mi cuerpo se mueve con torpeza.

    Por todo lo anterior decidí consultar a la Dra. Laura, para encontrar una respuesta: a mi forma de ser, a mi carácter débil, a mis miedos, a mis defectos y mis dependencias, que me han acompañado desde niño.

    Soy un hombre inseguro y acomplejado, creo que la gente se ríe de mí, me siento feo, le tengo miedo a las personas que me rodean, trato de evitarlas, y también de no molestarlas.

    En mi infancia fui rechazado por muchas personas y cuando era un niño, mi madre me abandonó, entonces me sentí perdido. A pesar de todo logré triunfos personales y profesionales, que me han costado un enorme esfuerzo.

    Hablar en público representa una prueba muy difícil de sobrellevar. Esta experiencia es realmente pavorosa; sentarme delante de un auditorio, que las personas fijen su mirada en mi y sobre todo tener que hablar, es una prueba casi insalvable. Uno de los retos más difíciles que debo enfrentar y de alguna forma manejar.

    Gracias a las recomendaciones de la Dra. Laura y al impulso de mi esposa, he podido recientemente hacer breves intervenciones orales ante un público experimentado, con resultados aceptables. Estas han sido pruebas de fuego.

    Recuerdo que durante mis estudios universitarios nunca fui capaz de dar una clase y pararme frente al salón, era como tirarme al vacío. Con un enorme esfuerzo, he logrado ordenar mis ideas, evitar el pánico, el sudor sobre mi rostro, el nerviosismo y la confusión.

    La terapia me ayuda a identificar mis miedos y mis cualidades personales. Generalmente salgo de la sesión feliz y con la solución en la mano; cuando se presenta una situación nueva, los complejos aparecen y se agolpan en mi interior.

    En ocasiones he logrado controlar mis complejos y esto es el resuldo de llevar a la práctica una de las recomendaciones de la doctora , quien dice que: “el arte de la repetición nos convierte en maestros a todos”.

    Cuando aplico esta regla me convenzo a mi mismo que soy capaz y puedo lograr lo que me propongo, como hablar en público y expresarme de forma coherente.

    Todo lo anterior, me recuerda al personaje de la película “El Discurso del Rey”, que trata de un hombre que a pesar de ser tartamudo logra con la ayuda de un terapeuta sensible y sabio, y después de mucho ejercitarse, consiguió dar un discurso sin titubear.

     Y aquí no acaba mi historia… Tal vez empieza, porque asistir a terapia me ha permitido reconocer y aceptar otras de mis debilidades, mi dependencia e inclinación por la sexualidad. Desde joven he convivido con este “sentimiento”, lo llevo dentro de mí, alimenta mí alma y mi imaginación, se ha enriquecido con la experiencia y sobre todo acompaña mi existencia, es placentero, pero también agobiante, demandante y de alguna forma salvador.