Guillermo 25 años, soltero.
Tengo poco más de un año en tratamiento, el cual me ha sido de mucha utilidad para entender la naturaleza exacta de mi enfermedad. Por mucho tiempo viví sin un motivo claro. No sé dónde ni cuándo con claridad, perdí la alegría de vivir.
Tuve una infancia complicada, llena de muchas carencias emocionales. La desmotivación por la vida me fue orillando a vivir con desgano y mucha tristeza. Perdí mucho tiempo reclamándole a la vida por no ser quien quería ser. Mis metas y objetivos se fueron perdiendo mientras yo me sumergía en una vida sin sentido.
Con el paso del tiempo me convertí en un alcohólico. La bebida me hacía sentir lo que la vida me había quitado. Mi camino estaba lleno de mentiras que ocultaban un miedo espantoso y cruel. Las peores de ellas eran las que me decía a mí mismo. Arruinaba y saboteaba mis proyectos constantemente. Por desgracia he tenido mucha tolerancia a mi frustración. Hice de mí un hombre tímido, callado y cobarde.
La soberbia me impidió durante mucho tiempo entender lo que me ocurría. Exageraba todo lo que me sucedía, fuera bueno o malo. Me sentía solo y desahuciado. Con muy poca autoestima iba sobrellevando mi vida llena de defectos de carácter. Era horrible mirar un amanecer y no sentir deseos de ver la luz del sol. Las alegrías eran vanas y muy pasajeras. No tenía entusiasmo por vivir.
Quería dejar de sufrir pero no sabía cómo. Fue así que inicié el tratamiento del psicoanálisis con la doctora Hinojosa. Los problemas siguen en mi vida; sin embargo, he solucionado muchos. Hoy me encuentro sobrio emocionalmente. Entendí que la clave es olvidar el pasado, sanar, perdonar y caminar. Supe que mi pasado no me servía para nada y que en todos los días de mi vida tenía que haber un equilibrio. No podía vivir atormentado por un pasado que había dejado de existir. Eso me quitaba mi presente, que es lo más valioso que tengo ahora y que es lo único medible.
Con el tratamiento estoy aprendiendo a defenderme de mí, así como a no hacerme daño, ni dejar que otros lo hagan. Me estoy quitando las ataduras al sufrimiento que no sirve para nada. He entendido que para ser un hombre libre, independiente y auténtico, necesito primero educar mi voluntad con constancia, orden y disciplina. Hoy aspiro a vivir con tranquilidad, misma que me llevará a la felicidad deseada.
Hoy sé que se puede empezar de nuevo. Vivir con plenitud es mucho más fácil que vivir con sufrimiento. Mi soberbia la trato de convertir en humildad, ese principio básico que ha transformado mi vida.
Hoy estoy sobrio para vivir, para llegar a la felicidad, para disfrutar este caminar, para poder amar, para respetarme, para perdonarme, para no sufrir con mentiras vagas, para agradecer y sobre todo para sentir mi presente. Cambiar lo que tengo en base a lo que quiero.
Hoy puedo despertarme en un amanecer y estremecerme. Hoy puedo agradecer lo que tengo.
No ha sido fácil mantenerme en el tratamiento, ya que las transformaciones que deseo implican un cambio de actitud. Eso es difícil de entender y sobrellevar para personas tan soberbias como yo. Sin embargo, sería mucho más difícil vivir en medio de la agonía y el sufrimiento en el que me encontraba, de eso estoy seguro. Las renovaciones duelen, pero alivian. Hoy son mi estímulo constante.
Hoy comienzo a ser feliz. Sé que lo que me proponga llegará a medida de lo que esté dispuesto a dar para obtenerlo. No hay otra cosa más que actuar. Mi alimento es cruzar la meta. No quiero caerme porque eso implica mi muerte. Por esa razón estoy dispuesto a hacer lo que sea. Sigo siendo muy frágil, pero pronto llegará el día en que pueda caminar solo. Por eso me mantengo en el tratamiento que me ha dado mucha fortaleza interior.